En medio del ajetreo diario, a veces es necesario hacer una pausa y dedicar tiempo a transformar nuestros espacios. Hoy, decidimos aprovechar un momento libre en casa para darle un nuevo aire a nuestro cuarto. No somos pintores profesionales, pero lo que sí tenemos es mucho entusiasmo, creatividad y el deseo de hacer las cosas juntos.

Desde temprano, nos pusimos manos a la obra. Comenzamos moviendo la cama, los colchones y cualquier obstáculo que pudiera estorbar. No fue fácil, ¡nos hacía falta fuerza! Pero como decimos siempre: “sin miedo al éxito”, y con esa mentalidad, avanzamos paso a paso.

La pintura es una tradición para mí desde que vivía en El Salvador. Mi mamá, mis hermanos y yo siempre decorábamos juntos la casa. Incluso en nuestro primer hogar con mi esposo y mi hija, fui yo quien pintó su cuarto. No necesito ser experta, ¡me encanta inventar!

Esta vez, elegimos un tono de azul marino, mi color favorito. Edward, por su parte, adora el amarillo, así que pensamos en decorar con detalles que combinen ambos colores. Usamos brochas, cinta de pintor y, por supuesto, pusimos música para animar el ambiente. Entre risas, bailes y recuerdos de cuando nos conocimos, la experiencia se volvió más que una simple remodelación: fue una celebración del amor y la complicidad que compartimos.

Nos aseguramos de proteger la alfombra y los enchufes antes de pintar, porque todos sabemos lo fácil que es hacer un desastre con la pintura. Una vez que dimos la primera capa, dejamos secar con el ventilador a toda potencia —¡como si tuviera 300 caballos de fuerza!— y poco a poco, el cuarto fue tomando vida.

El resultado final fue más bonito de lo que imaginamos. La pared azul le dio un toque moderno y acogedor al cuarto. Planeamos colocar un cuadro con tonos azul y amarillo para reflejar nuestros gustos y hacerlo aún más especial. Cuando apagamos la luz, el ambiente parecía sacado de un paraíso tropical… ¡casi como estar en Hawái!

Lo mejor de todo fue hacerlo en equipo. El esfuerzo compartido hace que cada cambio en casa se sienta más significativo. Y aunque tal vez nuestra hija nos pida que también pintemos su cuarto cuando regrese de su viaje, estamos listos para la próxima aventura.

Porque al final del día, no se trata solo de pintar paredes, sino de construir recuerdos que se quedarán con nosotros para siempre.

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