No hay peor sensación para una familia que pensar que uno de sus miembros —aunque sea de cuatro patas— está perdido. Eso fue exactamente lo que vivimos cuando, de un momento a otro, nos dimos cuenta de que Turbis, nuestro perrito, ¡no estaba por ningún lado!

Todo comenzó como un día cualquiera, hasta que nos dimos cuenta de su ausencia. “¿Dónde está Turbis?”, nos preguntamos entre todos con el corazón acelerado. Ledward salió corriendo a buscarlo por un lado, mientras yo revisaba cada rincón de la casa. Nada. El silencio se volvió angustiante.

Entre la desesperación, surgió una teoría: Brini, que había salido al gimnasio, quizás dejó la puerta abierta. Al parecer, ni ella misma estaba segura. La angustia aumentaba con cada segundo que pasaba sin encontrar a nuestro pequeño. Revisamos el garaje, el patio, el cuarto de todos, incluso ya considerábamos ir a la clínica a verificar el chip que lleva puesto Turbis.

Y justo cuando el miedo nos estaba por vencer… ¡apareció! Tranquilamente, como si nada, bajó con su pelota en la boca. ¿Dónde estaba? ¡En el cuarto de mi mamá! Todo indicaba que había estado ahí todo el tiempo, escondido entre las cosas de Brini.

El alivio fue inmediato, pero también nos dimos cuenta de cuánto lo queremos. Sí, lloramos. Nos dimos cuenta de que no es solo una mascota: es parte de nuestra familia, uno de nuestros hijos peludos.

Lo bueno es que Turbis tiene chip, y si algún día se llegara a extraviar de verdad, podríamos localizarlo rápidamente. Pero, sinceramente, esperemos que eso nunca ocurra.

Ese día terminó con risas, abrazos y un fuerte recordatorio de que los animales no son solo mascotas: son amor, son compañía, son familia. Y Turbis, con su carita inocente y su pelota en la boca, nos lo recordó de la manera más intensa posible.

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