Mi suegra robó en la tienda y me incriminó por ello. Me humilló delante de desconocidos. Pero lo que ella no sabía era que había dejado de jugar limpio y su jueguecito acababa de empezar.
Мy suegra siempre me odió. No lo decía en voz alta, claro. No, Mónica prefería el sabotaje silencioso. Desde el momento en que Dylan me trajo a casa, los cumplidos de Monica se llenaron de hielo.
“Es… simpática”, le dijo una vez. Lo bastante alto como para que la oyera. “Aunque un poco ruidosa, ¿no crees?”.
Ese fue el momento en que lo supe: nunca íbamos a ser amigos.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels
Se hacía partícipe de cada plan, de cada salida, de cada decisión. Cuando Dylan y yo salíamos, ella le llamaba durante nuestras cenas:
“Oh, no sabía que tenías compañía, cariño. Es que me siento mareada. Creo que es mi nivel de azúcar. ¿Podrías pasarte cinco minutos?”.
Cinco minutos se convirtieron en dos horas.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels
Mónica nunca me miró a los ojos. Pero yo mantuve la calma. Sonreía más. Llevaba tacones aunque me dolieran los pies. Jugué a largo plazo. Y gané.
La boda era mía. La casa era nuestra. Y por una vez, Dylan me miró como si yo fuera su prioridad. En el banquete, Mónica hizo un brindis. Su voz tembló lo justo para sonar sincera.
“¡Por el amor! Y por las elecciones inesperadas”.
Los invitados se rieron. Yo no.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels
Aun así, se echó atrás durante un rato. Quizá estaba cansada. Quizá pensó que acabaría marchándome. Hasta el día en que Dylan llegó a casa con un collar. Me lo dio delante de Mónica.
“Para ti. Sólo porque sí”.
Era delicado. Sencillo. Dorado. Perfecto.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels
Y entonces lo oí. Desde la cocina. La voz de Mónica.
“¡Oh, qué bonito! ¿Y no has traído nada para mí?”.
Silencio.
“No pasa nada. Sólo soy la mujer que te ha criado. No es para tanto”.
Lo dijo como si fuera una broma. Pero no lo era. Fue entonces cuando me di cuenta… No podía soportar que su hijo me eligiera a mí. Que yo tuviera lo que ella tuvo una vez: toda su atención.